Había una vez unas lindas vacas que vivían en el techo de un edificio en la cuidad, todas las mañanas hacían tai-chi, sobre una frondosa y verde alfombra de pasto, miraban todo a su alrededor y decían -¿Qué es lo que habrá más allá?-. Todas ellas eran felices con su pasto y visitantes continuos, así es que un día saliron volando, ¡con las orejas volaron! estaban tan contentas que no quisieron volver al techo que las acogió por tantos siglos. Viajaron en jaurio-bandada por todos los confines del universo, incluso visitaron al Principito, pero él se asustó un poco porque nunca había visto volar las vacas. Estuvieron en Bangladesh y en Venecia, sobrevolaron todo el Himalaya. Pero se cansaron un día de volar, tenían que reponerse del gran viaje, entonces llegaron a Europa, la luna con agua. Les gustaba la idea de manantial congelado antaño, patinaron com nunca antes habían podido hacerlo, hasta que sus pezuñas se gastaron tanto que les llegó a doler. Tuvieron que volver a volar, y después dar muchas vueltas por el inmenso infinito, comenzaron a aburrirse, la idea de volar, reencontrarse con Voyager y conocer todo el mundo no eran lo suficientemente excitantes como para captar toda su atención, discutían entre sí y se marginaban unas de otras, pero nunca perdieron su bando-jauría, después del consejo de viajeras tomaron la firme desición de volver, volver al futuro de raíces y maleza, a ese estado donde tenían la posibilidad del letargo, donde era una de sus posibilidades tomar el sol y rumiar los chicles que venden en la esquina, en fin dejar atrás las ideas locas, las ideas de la juventud de su especie, es decir cuando tienes 1001 años piensas que es hora de tomar conciencia de que no toda la vida es un juego... Pobrecitas, habían vendido su edificio donde tomar el sol y comer maleza, tuvieron que empeñar las joyas y especies varias, algunas incluso cayeron en la prostitución , otras sevendieron al matadero, algunas se dedicaron a cazar bueyes, gatos y chichillas, talaban alerces y araucarías, todo con el fin de sobrevivir, de apoco perdieron peso y tuvieron que entregarse en forma de pago, se cortaban una pierna, luego la otra, duraban un par de días y no mucho más. -¡Ojalá nunca hubiesemos volado!- decían a coro, con las motosierras desmembrándolas vivas, mientras no entendían que ese no es el problema, obviamente yo no estaba ahí, por lo que no puedo comentar acerca de qué hubiese sido lo mejor, al parecer cuando perdieron las apuestas y el vigor todo se les fue de las manos.